lunes, 8 de junio de 2009

Mesa de cinco

Martes calurosísimo en Buenos Aires, llegamos al restaurante a las 21 hrs y todavía es de dia.
Pocas mesas ocupadas, buen aire acondicionado, todo perfecto para disfrutar de la cena.
Constatamos un 10% de aumento en los precios, alguno que otro comentario al respecto, casi desinteresados por el tema, nada que llegue a la protesta. Hacemos nuestro pedido.

Charlamos, después de dos días sin vernos se acumularon cosas para contar, pero la cena se demora y me queda tiempo para la observación sociológica, esa piadosa mirada sobre lo que ocurre alrededor dirían algunos, simple chusmerío dirían otros.
En perfecto sincronismo con el vagar de mi mirada, se ocupa la mesa de al lado. Cinco adultos. Cuatro jóvenes cercanos a la cuarentena y una señora mayor. ¡Interesante!
Mi posición me permite observarlos sin disimulo.

Los cuatro caballeros se sentaron ocupando una mesa de cuatro y la señora en una mesa anexada. Charlan entre ellos y a la doña prácticamente no la registran. Ese ninguneo sublevaba a mi mujer que se preguntaba para qué la invitaban si no se dignaban a darle ni la hora.
Tenía razón, ellos animados y risueños y ella como esforzándose por escuchar, parecía extremar su atención para al menos entender qué es lo que estaba pasando.

Pidieron su cena, al poco tiempo –nada que ver con nuestra espera- apareció el mozo con platos y más platos que aterrizaron sobre su mesa sin modificar la animada conversación.
De a poco, en mi cabeza empiezo a armar la estructura del grupo, hay tres narices iguales, están ubicadas en la cara de tres de los caballeros, eso me lleva a esbozar una hipótesis: Mamá con sus tres hijos y el amigovio de uno de ellos.

Muy moderno y cordial, pero mi mujer no está de acuerdo, para ella no son tan parecidas las narices y ninguno parece gay.
Me levanto a servirme otra porción de ensalada, miro al grupo desde otra perspectiva y debo reconocer que las narices no son tan iguales, apenas tan parecidas como 2 napias cualesquiera pueden serlo.

Su mozo ya les está sirviendo el postre cuando llega nuestro plato principal, parece que nosotros nos equivocamos de plato o de mozo o ambas cosas.
Ataco al bife sin dejar de mirarlos, buscando señales pero no encuentro nada. La ropa es casual, entre los caballeros la palabra circula pero ella siempre se queda afuera, ninguna palabra, gesto ni nada que me proporcione algún dato más.

Pagan, se levantan y se van. En la puerta, mientras aguardan que el guardia quite el cerrojo, se despiden. Ella le da un beso en la boca a los tres muchachos de narices iguales y se marcha tomada del brazo del cuarto.

Llega nuestro postre, lo comemos, pagamos y nos vamos. No se nos ocurre más nada que comentar.

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